Cuando la tormenta llega sin aviso

Una historia para recordar que no estamos solos, ni siquiera cuando el cielo se oscurece. ⛵

Publicado el 1 de julio de 2025 | por Johanna A.

La tormenta no siempre avisa. A veces, llega en medio del día soleado, cuando todo parecía estar en orden. Sin señales. Sin advertencias. Sin preparación posible. De pronto, el cielo se cierra, el viento ruge, todo tiembla… Y nos quedamos sin saber qué hacer ni por dónde empezar.

Así es como muchas crisis aparecen en nuestra vida: inesperadas, intensas, desconcertantes. Puede ser una llamada, un diagnóstico, una pérdida, una traición o un cambio abrupto que lo revuelve todo.

Hay quienes piensan que hacer las cosas bien debería protegernos del caos. Que si seguimos el camino correcto, no habrá tormentas. Pero no siempre es así. A veces, incluso siguiendo lo que sentimos correcto en el alma… la tormenta llega igual.

Al principio tratamos de ser fuertes. Nos repetimos “yo puedo”, “esto pasará”. Intentamos controlar el viento, vaciar el agua que entra, remar con todas nuestras fuerzas. Pero esta vez, no funciona. Esta vez, la tormenta es distinta. Esta vez, el miedo gana terreno.

Y justo ahí, en medio del caos, es cuando surge la pregunta que duele: ¿Dónde está la calma cuando más la necesito? ¿Dónde está Dios, el universo, la vida... cuando parece que me hundo? ¿Por qué siento que nadie me escucha? ¿Será que no importa lo que estoy viviendo?

En una historia antigua, contada en muchos rincones del mundo, un grupo de personas enfrentaba una tormenta en el mar. Lo habían hecho todo bien. Iban en la dirección que les habían indicado. Y aun así, la tormenta llegó. Gritaban, luchaban, intentaban resistir… y alguien notó que el guía que los acompañaba, dormía tranquilo.

Dormía mientras todo se agitaba. Dormía no porque no le importara, sino porque su paz no dependía del viento. Despertó, y con voz firme, habló a la tormenta. Y el mar, simplemente, se calmó.

Esa imagen, más allá de credos o religiones, nos deja una semilla: Tal vez la calma no viene de lo que controlamos afuera, sino de lo que reconocemos dentro. Tal vez no siempre podremos detener la tormenta, pero sí podemos recordar que no estamos solos en medio de ella.

Puedes estar sintiendo que tu fe (o tu fuerza, tu energía, tu confianza) es muy pequeña. Que no sabes si vas a resistir. Y eso está bien. No se trata de tener fe gigante, sino de recordar que no todo depende de ti.

Hay algo —o alguien— que permanece. Que no te abandona cuando el viento arrecia. Que no se baja de tu barca cuando el agua sube. Que se queda contigo hasta que el alma pueda volver a respirar.

Aun si no ves la orilla. Aun si el cielo sigue oscuro. Tú no estás solo. Tú no estás sola.

Que esta sea tu esperanza en medio del ruido: la tormenta no define tu historia. La compañía que te sostiene en ella… sí.